Pocas veces
hablamos bien del cierzo que tan bien ataca Zaragoza. Sin el cierzo nuestra Zaragoza sería más gris,
con más nieblas (todavía), con más polución y menos color. Pero el cierzo nos
deja las neuronas un poco tocadas, lo sabemos.
Ya hace más
de 2.000 años que tenemos referencias del viento que nos trae las lluvias del Cantábrico
o nos inunda de frío los inviernos ventoleros. Es un aire que nos deja como un
poco más cabezones, broncos y duros, como más capaces de saltar a la mínima;
aunque luego cuando retoma la tranquilidad también nosotros nos sentimos suaves
y cariñosos.
Estamos en días
de cierzo y los cielos se nos tornas infernales, duros y llenos de colores de
fuego. Es como si todo —cuando el sol se pone— fuera a hundirse hacia el lugar
de los demonios. Pero es también maravilloso contemplarlo y ver su transformación
al negro. Todos estos cielos infernales terminan en pocos minutos desapareciendo
hacia la nada negra, hacia la noche fría. También esto es Zaragoza.