Publicaron en 1836 más o menos, el libro “Manual para
viajeros por España”, y en su capítulo siete cuando habla del Reino de Aragón nos
deja un texto sobre Zaragoza muy curioso.
Teníamos seis posadas con la importancia de ser consideradas
así: Las Cuatro Naciones con parada para diligencias, La Casa Ariño, El León de
Oro, y otras tres importantes sin conocer su nombre en el Coso, en la calle El
Turco y en la calle Areocineja. Además tenía otras repartidas por las afueras
de la ciudad en casi todas las carreteras de entrada y salida.
Nos deja Richard Ford en el libro —el gran viajero británico
que escribió la obra— una frase
lapidaria: “No quedan restos de la ciudad romana, que tanto moros como
españoles (así lo dice, cuando debería decir cristianos si los quiere
diferenciar) utilizaron los restos como cantera, y siempre que se encontraban
antigüedades cavando, ocurre algo que es muy frecuente en España: que vuelven a
ser enterradas calificándolas de viejas piedras inútiles”.
Nos dice también que Zaragoza era una ciudad monótona,
sombría y anticuada. Sum población debía ser de unos 65.000 habitantes tras
haber salido de los dos Sitios de Zaragoza muy herida. Era la capital de
provincia y por ello la residencia del Capital General y de todas la
autoridades civiles y militares. Dice también que Zaragoza no es ciudad para
entretener al viajero por que los invasores han arruinado palacios,
bibliotecas, hospitales e iglesias. Y que se debería comenzar la visita a la
ciudad desde el Puente de Piedra para poder ver las dos catedrales de esta
ciudad ultracatólica que se reparten cada seis meses la oficialidad como
Catedral de Zaragoza, pues ambas son distintas en todo, incluidas sus salves y
rezos.