Hubo un tiempo y no hace tanto, en el que la orilla del Ebro a su paso por Zaragoza casi terminaba en el Puente de Piedra. A partir de allí y ya hacia el Puente de Hierro solo había orilla salvaje, y a partir del Puente de Hierro playa de piedras y cantos a donde bajábamos los zaragozanos en verano para tomar el sol tumbados sobre nada.
El crecimiento de la ciudad trajo la mejora de ciertas zonas, la Expo terminó de resolver parte de el odio que muchos zaragozanos le sentía al Ebro como una cicatriz sin uso, y poco a poco vamos entendiendo como en muchas ciudad de Europa, que un río es un activo positivo para una gran ciudad.
Lo curioso es saber que precisamente en esta zona, en estas orillas derechas del Ebro, por la zona del viejo Boterón, es donde nació la Zaragoza íbera antes que la romana, pues era el espacio urbano que tenía algo más de altura sobre el río, y por eso era menos fácil que se inundará. Sí, más de 2.000 años de esas consideraciones. Y no tenía los íberos ni internet ni teléfonos.