De los años 60 del anterior siglo, me llega esta imagen de la Plaza San Miguel con un remolque de los que empleaba Tranvías de Zaragoza para reparar vías o vehículos. Pero me ha llamado mucho más la atención las tiendas que había en la plaza en aquellos años. Recuerdo perfectamente la que se ve a la derecha, que pone Vinos y Licores, como una tienda perfectamente montada para hacer películas de época. Era maravillosa y sigue siendo maravillosa en mi recuerdo. La llevaban un matrimonio que convivía con gatos que se paseaban por la tienda y también por encima de los sacos de lentejas o judías secas, como lo que realmente era: “su casa”.
Yo era un niño, claro, y me parecía encantador un lugar algo oscuro pero lleno de pequeñas cosas, de cajas y cajoncitos, donde se amontanaban centeneras de diferentes productos. Cada estante, cada cajón que se abría era un descubrimiento. Yo pensaba: —¿Qué esconderá cada aparador, cada cajón en esta enorme tienda?
Me parecía enorme y era simplemente grande, pero eran tiempos en los que no había centros comerciales en Zaragoza. Cuando cerraron los sueños me llevaban a explorar la tienda por la noche y a asustarme con lo que allí encontraba. En realidad vendían de todo. Ultramarinos, sifones y vino a granel, bacalao o garbanzos. Daba la vuelta por la calle La Reconquista, donde tenía más escaparate y espacio interior.