Dicen los viejos que ya no están entre nosotros, que esta que relato a continuación era la manera de trazar el dibujo o diseño de una gran ciudad nueva sobre el espacio geográfico en el que se deseaba levantar de forma fija un asentamiento urbano en la época de los romanos.
En realidad y por lo que sabemos no se eligió sin haber estudiado bien su emplazamiento, a orilla del río Ebro, cerca de la desembocadura del río Huerva pero algo alejado de esa zona por las riadas de este río irregular, y en la orilla derecha del Ebro, sobre una zona algo más elevada que el cauce, para evitar riadas que sí inundaban su margen izquierda.
Además esta zona ya había sido elegida antes por los íberos para montar su pequeña ciudad Salduba, en lo que hoy conocemos como la zona del Boterón, la trasera de la Seo hasta la Magdalena.
Además esta zona ya había sido elegida antes por los íberos para montar su pequeña ciudad Salduba, en lo que hoy conocemos como la zona del Boterón, la trasera de la Seo hasta la Magdalena.
En la imagen de la trasera de la iglesia de San Nicolas, que vemos arriba, sola la parte de la muralla más baja es romana.
Veamos a continuación qué nos dicen sobre la manera de diseñar una gran ciudad.
Así que los primeros rayos del Sol iluminaron la estancia al aire libre ocupada por los militares romanos, se oyó el sonido de los clarines al que siguió un profundo silencio.
A un lado los soldados formaban un espacioso cuadro, al otro se veía una preciosa tienda de campaña en cuyo remate campeaba el águila imperial de la que salió el gran César, rebosando majestad y fascinando la vista con los destellos que enviaba su real armadura y muy próxima a la tienda el área del sacrificio.
En ese momento, dos ovejas cayeron heridas bajo el filo del hacha de los victimarios y sacrificadores, y un momento después les eran extraídas las entrañas que colocaban en argentadas fuentes y fueron entregadas a los arúspices los que las depositaron en la pira.
Un sacerdote presentó al emperador un pequeño cofre de sándalo con incrustaciones de plata del que sacando aromáticos polvos los hechos sobre las víctimas brotando un fuego lento que las consumió.
Dos criados con túnicas de brocado llevaron del diestro a dos bueyes ricamente enjaezados los que, uncidos a un precioso arado de ébano con el dental de plata, y a la señal del César Augusto comenzaron a marchar lentamente con el arado para marcar en la tierra un trazado, al propio tiempo que según refieren resonó en los aires un grito unánime de ¡¡Viva el Emperador!!
El surco siguió la corriente del río, primero hacia el oriente, volviendo a la derecha cuando los bueyes decidieron, subió por una colina en cuyo pico se colocó un estandarte y giró después al poniente, siguió avanzando y tornaron cuando quisieron hacia al norte hasta encontrarse otra vez con el río y buscando luego al punto de partida.
El trayecto marcado en la tierra figuraba una sandalia y en él se dejó marcados cuatro puntos, señal donde habían de colocarse las cuatro puertas de la ciudad. Además de las cuatro puertas se abrían tres postigos, uno llamado el Nuevo junto a San Felipe, otro inmediato cerca del que siglos después fue la judería y el tercero junto al que sería el cementerio del Pilar.
Poco tiempo después viese la ciudad cesaraugustana cercada por una inmensa mole de piedra artísticamente labrada, una muralla y un monumento militar con que los romanos solían conmemorar sus victorias.
El muro partiendo desde el castillo de don Teobaldo comprendía el templo de nuestra señora del Pilar por la parte en que se halla la Santa Capilla y la de San Agustín, seguía por el famoso Torreón de la Zuda, la zona del mercado, calle Cerdán, el foso luego llamado Coso, hasta otra vez volver al dicho castillo de don Teobaldo, y no paró en esto la gran obra de Augusto sino que una vez fue elevada e edificada a colonia inmune, la pobló con parte de los veteranos de las Legiones cuarta, sexta y décima.
Aquellas primeras cuatro puertas que mandó levantar el emperador Augusto en la muralla de Zaragoza son las conocidas como “La puerta del Ángel” al Norte, la de “Cineja o Cinegio” al Sur, la de “Puerta de Toledo” a Poniendo u Oeste, y la de “Puerta de Valencia” al Levante o Este.
-------------
Así que los primeros rayos del Sol iluminaron la estancia al aire libre ocupada por los militares romanos, se oyó el sonido de los clarines al que siguió un profundo silencio.
A un lado los soldados formaban un espacioso cuadro, al otro se veía una preciosa tienda de campaña en cuyo remate campeaba el águila imperial de la que salió el gran César, rebosando majestad y fascinando la vista con los destellos que enviaba su real armadura y muy próxima a la tienda el área del sacrificio.
En ese momento, dos ovejas cayeron heridas bajo el filo del hacha de los victimarios y sacrificadores, y un momento después les eran extraídas las entrañas que colocaban en argentadas fuentes y fueron entregadas a los arúspices los que las depositaron en la pira.
Un sacerdote presentó al emperador un pequeño cofre de sándalo con incrustaciones de plata del que sacando aromáticos polvos los hechos sobre las víctimas brotando un fuego lento que las consumió.
Dos criados con túnicas de brocado llevaron del diestro a dos bueyes ricamente enjaezados los que, uncidos a un precioso arado de ébano con el dental de plata, y a la señal del César Augusto comenzaron a marchar lentamente con el arado para marcar en la tierra un trazado, al propio tiempo que según refieren resonó en los aires un grito unánime de ¡¡Viva el Emperador!!
El surco siguió la corriente del río, primero hacia el oriente, volviendo a la derecha cuando los bueyes decidieron, subió por una colina en cuyo pico se colocó un estandarte y giró después al poniente, siguió avanzando y tornaron cuando quisieron hacia al norte hasta encontrarse otra vez con el río y buscando luego al punto de partida.
El trayecto marcado en la tierra figuraba una sandalia y en él se dejó marcados cuatro puntos, señal donde habían de colocarse las cuatro puertas de la ciudad. Además de las cuatro puertas se abrían tres postigos, uno llamado el Nuevo junto a San Felipe, otro inmediato cerca del que siglos después fue la judería y el tercero junto al que sería el cementerio del Pilar.
Poco tiempo después viese la ciudad cesaraugustana cercada por una inmensa mole de piedra artísticamente labrada, una muralla y un monumento militar con que los romanos solían conmemorar sus victorias.
El muro partiendo desde el castillo de don Teobaldo comprendía el templo de nuestra señora del Pilar por la parte en que se halla la Santa Capilla y la de San Agustín, seguía por el famoso Torreón de la Zuda, la zona del mercado, calle Cerdán, el foso luego llamado Coso, hasta otra vez volver al dicho castillo de don Teobaldo, y no paró en esto la gran obra de Augusto sino que una vez fue elevada e edificada a colonia inmune, la pobló con parte de los veteranos de las Legiones cuarta, sexta y décima.
Aquellas primeras cuatro puertas que mandó levantar el emperador Augusto en la muralla de Zaragoza son las conocidas como “La puerta del Ángel” al Norte, la de “Cineja o Cinegio” al Sur, la de “Puerta de Toledo” a Poniendo u Oeste, y la de “Puerta de Valencia” al Levante o Este.