La mediocridad de los gestores
aragoneses llama al escándalo, si no fuera por que ni sirve para nada ni hay donde
escandalizarse con valor para resolver. Los mediocres son más fuertes que el resto, pues
son piezas muy bien colocadas además de ser muchos.
Estamos desmantelando aquello
que se hizo en calidad, pensando en un territorio válido, moderno y capaz. Todo lo
que suena a ser capaces como Aragón se rompe, para no dejar huellas de nuestras posibilidades
como sociedad moderna libre de ataduras con Madrid.
Somos dependientes, nos tratan
como a inválidos, nos quieren doblegados. Y lo curioso es que ni
parecemos enterarnos ni -lo que es más grave- deseamos defendernos de los atropellos a los que
no damos importancia alguna.
Zaragoza podría ser modelo de ciudad con tirón económico de calidad ante el reto
del siglo XXI, pero la queremos volver a convertir en un gran pueblo con
parques viejos, un río y una Virgen. El resto molesta, más si es cultura, investigación, Universidad o innovación. Los caminos explorados son
varios, algunos abandonados, otros desmantelados, más de uno representando un
bello edificio vacío. Zaragoza ya tiene mucho edificio bello, repleto de
proyectos sin poner en marcha. Puede que seamos la ciudad del mundo mundial con
más
edificios maravillosos sin uso, con más ideas desmanteladas por habitante, del mundo mediocre.
Somos la pera, pero podrida. No creemos en Zaragoza ni los zaragozanos.
No hay que quejarse, hay que
rebelarse. No hay que dar listas de heridas, hay que conocerlas sin nombrarlas
y sufrir por ellas. Eso o irnos a vivir a otra ciudad, a otro territorio.