Tras ocho días de visita por Croacia, Estonia y Bosnia con un guía local croata (y varias guías eslovenas o croatas) que se avinieron todxs a explicar asuntos dolorosos, violentos e internos de su pensamiento más negro, puedo deciros desde Zaragoza y otra vez que cuidado, que mucho ojo con qué jugamos cuando hablamos de Cataluña o de odios, pudo aseguraros que encender la mecha de una guerra es mucho más sencillo de lo que nos pensamos, que a veces con un simple error se empieza a derramar el agua del vaso lleno. Y puedo aseguraros que Aragón es vecina de Cataluña. Su más larga zona vecina.
Cuando se abre la espita del odio ya ni es posible pararla ni los humanos tenemos mesura. O tampoco tenemos concepto del espacio tiempo para saber por cuántos años durará el odio. Cuando se rinde memoria a los fallecidos en una guerra es inevitable que no se olviden las atrocidades, pero si esto sucede desde ambos bandos, nadie queda vacunado, al contrario, todos saben de qué defenderse, cómo seguir construyendo la salud mirando al vecino.
En la actualidad, tras 20 a 25 años de acabado el conflicto entre todos ellos, el odio callado se nota en los duros comentarios o en los chistes, la diferencias económica son palpables, son distintos los unos a los otros en cultura, educación, historia, pero también en religión, tipo de economía, concepto de la democracia, etc. Nada ha mejorado, admitiendo que las guerras los dejaron pobres de solemnidad a todos ellos. Y lo que es más preocupante, en manos extranjeras que son los que han ayudado primero a crear la guerra y luego a reconstruir llenando al país de deudas y de economías en negro.