19.8.23

¿Qué tiene que ver Aragón en la historia de Año Nuevo?

Ahora en todo el Mundo Occidental el año empieza el 1 de enero, pero no siempre ha sido así… 

Todo empezó en Aragón. 

En el marco de las Guerras Púnicas entre las dos grandes potencias del momento, los romanos llegaron a la Península Ibérica (Ampurias) en el 218 a.C. con el fin de cortar los suministros a los cartagineses. Pero, pronto, se internaron hacia el Valle del Ebro. 

No siempre imponiéndose por las armas sino (casi siempre) por medio de acuerdos con los pobladores de ese espacio, los romanos favorecían el comercio, mejoraban las técnicas agrícolas y ganaderas, impulsaban las infraestructuras, pero —eso sí— a cambio del sometimiento y el pago de tributos a Roma. 

Lo que, en ocasiones, fue fuente de conflictos, como el levantamiento de los habitantes de Complega (junto al Moncayo) frente a Roma (180 a.C.).

En esa época, el Valle del río Perejiles era la vía de comunicación natural entre el Valle del Ebro y la Meseta y allí se asentaba la ciudad celtibérica de Ségeda (en torno a la actual Mara, en la Comunidad de Calatayud). 

Ségeda quiere decir “la poderosa”, pues era núcleo urbano clave, siendo la mayor de los pueblos celtíberos y con cierto desarrollo económico y científico (tenía un observatorio astronómico). 

Tal fue su importancia que, con el tratado de Graco (179 a.C.), Roma le concedió la capacidad de ser la primera ciudad celtibérica en acuñar moneda de plata y ejercer un dominio urbano en un amplio territorio a cambio de pagar impuestos y no crear nuevas ciudades en su amplio territorio. 

Con el florecimiento de la ciudad, ésta creció en población, y los segedenses decidieron ampliarla (155 a.C.) y —como cuenta el historiador griego Diodoro Siculo—, “…el Senado romano, desconfiando de su creciente poder, envió emisarios para impedirlo en nombre de los tratados (…). 

Contestó a esto uno de los ancianos llamado Caciro, que los tratados prohibían construir nuevas ciudades, y que ellos no fundaban una ciudad sino que reparaban una ya existente, con lo que nada hacían ni contra los tratados ni contra la común costumbre de todos los Hombres”. Era el mes de diciembre. 

En ese tiempo, el calendario anual se iniciaba el 1 de marzo, el mes que empieza la primavera, el ciclo anual natural. Por eso septiembre se llama así: era el séptimo mes; octubre el octavo, noviembre el noveno y diciembre el décimo. 

Por otro lado, sabían los segedenses que Roma no disponía de suficientes tropas en Iberia para vencerlos y que, para organizar una leva en el Imperio, debían celebrarse elecciones anuales de magistrados, lo cual tenía lugar a principios de año (en marzo), lo que suponía que tenían casi nueve meses (el periodo desde la organización de la leva, organización del ejército, embarcar las tropas, llegar al Valle del Ebro,…) para levantar la muralla y organizar la defensa y, además, la llegada de las tropas romanas coincidiría con el fin del otoño e inicios del crudo invierno de las Sierras Ibéricas, lo que dificultaría la adaptación romana frente a los segedenses. 

La respuesta de Roma fue tan contundente como sorprendente. Rompiendo la tradición, decidieron empezar el año inmediatamente, el 1 de enero, con lo que se adelantaba la elección de magistrados, la organización del ejército y la llegada a Segeda (que sería en torno al verano). 

Nombraron cónsul a Fluvio Nobílior y formaron un ejército consular completo (hasta 30.000 efectivos —dos legiones romanas de 6.000 soldados, otros 6.000 auxiliares itálicos y un cuerpo de caballería de 5.000 jinetes—, el doble de lo habitual en las grandes guerras de la época). 

El historiador Apiano nos cuenta que “…los segedanos, sin dar remate a la construcción de la muralla, huyeron”. Y organizaron una sangrienta emboscada donde los muertos de ambos bandos fueron cercanos a los 20.000. “…estos sucesos tuvieron lugar el día de la procesión a Vulcano (el 23 de agosto). 

Por eso, desde aquel tiempo, ningún general romano quiso comenzar un combate voluntariamente ese día”.
La guerra continuó y los pueblos celtas e íberos de la Península Ibérica fueron sometidos y paulatinamente romanizados. 

Pero esa, es otra historia. 

Jorge Marqueta Escuer.